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Introducción
Consciente de su debilitada luz y la soledad que la envolvía, una luciérnaga giraba en torno a un farol apagado. En la melancolía de la noche, lamentaba su destino mientras se aferraba a un amor perdido. Al alba, su tristeza se desvaneció junto con las sombras del parque.
A todos nos ha sucedido que, en nuestra soledad y fragilidad, buscamos consuelo en entornos que son indiferentes a nuestro sufrimiento. Nos envuelve una dependencia emocional que, como seres humanos, nos debilita. Sin embargo, en ocasiones somos el faro para muchas personas, el refugio de sus batallas, sin que logren percibir que, detrás de la fortaleza que ven en nosotros, también atravesamos momentos de debilidad.
Cuento preotoñal
Consciente de su falta de fuerzas, el consumido brillo de su luz y de los inevitables aires de tardes preotoñales que anunciaban su muerte, una sufrida luciérnaga daba vueltas alrededor de un sucio y apagado farol ubicado en el centro de un parque, rodeado de vegetación. Se cuestionaba, melancólica, los porqués de su vida y el cese de las brillantes danzas de sus lampíridos compañeros, que terminaron en su prematura soledad. Siempre había considerado la brillante luz de aquel farol como su confidente incondicional y había interpretado como indiferencia la privación de su refugio, de su amor, sin imaginar que el antiguo bombillo se había quemado. Sin embargo, desgarró su alma en tristes reclamos al caer la noche.
—Siento una enorme angustia. Llevo años estando aquí, dando luz a la noche, siendo guía en los sueños, lo sabes, sos testigo de ello. Ahora estás apagado, sin expresarte, sin socorrerme, sólo el hecho de pensar que te pierdo no lo aguanto. Una vez me dijiste: “Sé luz en la infinita oscuridad de los demás, sé consuelo, brinda aliento”; prometiste que todo el amor sería devuelto, que es mi esencia. Así fue como abandoné todo: mi hogar, mi alimento; lejos del pantano me encuentro y al final, eso me ha traído problemas. Imagino a la trágica muerte alistando su ropa para visitarme tan pronto llegue el otoño. Por eso, tu falta de luz me duele y mucho, claro que noto tu frialdad. Trato de ser fuerte, pero al final la tristeza y la soledad me vencen, no aguanto y lloro, mi luz se apaga. No miento. Sabes, si no me contestas, no podré buscarte mañana —se lamentaba.
Y así, entre interminables sollozos, se alejó mientras el alba anunciaba el nacimiento del día.
Sin saberlo, su tristeza duraría muy poco, la soledad sería fugaz, esa misma tarde de verano que agonizaba, todos los bombillos del parque fueron reemplazados por unos nuevos. Habría muchos faroles a los que aferrarse.
Fin.
Lo puedes encontrar en:
Alvarado Pérez, J. L. (2023). [Cuento preotoñal]. En Noches de insomnio. Tercera sección: Azul Opaco.