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Introducción
Escribí este microcuento como una parodia de mi trayectoria como escritor, en la que una mente frágil y perturbada es capaz de crear y amar.
He plasmado la continua desesperación por una conexión espiritual a través de mis versos; yo escribiré, a ella le toca llorar de felicidad al leerlos. Por esa razón, dejé varias referencias musicales, de mis escritores favoritos, escritos personales previos, entre otros. Los invito a encontrarlas todas y mencionarlas en los comentarios; a los que llevan tiempo conociendo mi obra no se les hará muy difícil descubrirlas.
Versos en la pared
Hace un par de años lo trajeron aquí. Era un caso particularmente extraño. Su lánguido cuerpo era propenso a enfermarse, su mirada siempre estaba melancólica, y sus manos solo dejaban de temblar cuando sostenía un lápiz y escribía. Por eso lo llamábamos Garcín.
Todos los días reía esquizofrénicamente mientras llenaba las paredes de su cuarto con versos de amores imposibles y cuentos dantescos. Cuando se cansaba de escribir o se le acababa su crayola, se recostaba de espaldas contra la pared y nos decía que ella ya se había cansado de escribir al otro lado.
—Ella continúa los tercetos y cuartetos en la otra cara de la pared —decía sonriendo—, porque la inspiración es mutua.
Junio era un mes difícil para él. Fuera de sí, rasguñaba las paredes de su cuarto y, cuando sus dedos sangraban, exclamaba sádicamente: —¡Tinta para mis poemas!.
Por esa razón, el año pasado decidí regalarle una libreta de notas, explicándole que así sería leído y recordado. Pero nunca escribió en ella.
Ayer amaneció con el semblante fresco; se bañó de alegría, vistió un saco que me había solicitado y salió al patio con su libreta, como buscando inspiración. Se sentó en una banca en medio del jardín, frente a un espléndido rosal. No habló con nadie y permaneció inmutable. Algunos enfermeros juraron verlo llorar. Al caer la tarde, se levantó con gesto de satisfacción, luego entró en su cuarto y se durmió. Testigo del primer cambio en Garcín, fui al patio y me senté frente al rosal; me sorprendió encontrar la libreta que le había regalado en el suelo del jardín. Hasta hoy decidió utilizarla. Con mis ojos rebosantes de lágrimas, leí en la primera hoja: —¡Feliz cumpleaños, amor!
Hace muchos años, en este mismo sanatorio, hubo una paciente llamada María. Se decía que ella tenía un vínculo especial con el jardín. Amaba las flores de mayo; se le podía encontrar siempre hablando con ellas; cuidaba con particular celo las rosas amarillas. Decía que solo le faltaban los versos de un jovial poeta para ser feliz; así pasaba largas horas en amena conversación con las flores del jardín. Su familia se la llevó un día como hoy, pero eso fue muchos años antes de la llegada de nuestro Garcín. Curiosamente, el día de su despedida, suplicó a su médico que guardara en su expediente una nota que rasgó de su libreta. En ella se leía:
Escribe tu vida, gandul,
llena tu cuarto de versos.
Que en mi jardín disperso
quede el amor que celebro
y que sea tu cerebro
de mis rimas el baúl.
Hoy, en un impulso de melancolía, decidí recopilar los versos y prosas que adornaban su pared. Tomé fotografías de cada rincón donde mi estimado Garcín hubiese dejado su impronta poética. Mientras lo hacía, él me observaba desde su cama, con una sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro. Al salir, me llamó con voz apacible; me detuve en el umbral de su cuarto y me dijo: —¡Doctor! Deben llamarse Vestigios de mi Forma.
Fin.
Puedes encontrarlo en:
Alvarado Pérez, J. L. (2024). [Versos en la pared]. En Noches de insomnio. Tercera sección: Azul Opaco.