Lesbia miró su reflejo: su piel, antes tersa, ardía en un rubor antinatural; bajo la superficie, venas oscuras se retorcían como raíces podridas. Cada amanecer traía un nuevo tormento: manos rígidas, un dolor lacerante, la certeza de que algo dentro de ella mutaba sin retorno.
«Su piel, previamente cálida y viva, se había tornado necrótica. Incrédula, tocó sus pies… Sus dedos se deshicieron como arena húmeda.»
Un hombre obsesionado con su paz comete un crimen que lo perseguirá más allá de la razón. Un relato con un giro final impactante que te dejará reflexionando sobre los límites de la cordura.
Los abrazos ofrecen numerosos beneficios. Son una fuente de energía que perdura y responden a preguntas que rara vez formulamos.
Así comencé a escribir microcuentos. Cada vez que un colega se acercaba y me contaba alguna anécdota de su Servicio Social o alguna historia perturbadora vivida durante el trabajo hospitalario, yo la adaptaba. Así fue como renació mi faceta de escritor, esta vez no en verso, sino en prosa.
