
Comparte esto:
Introducción
Un nuevo comienzo. Para finales de 2022, una de mis colegas me comentó que había un concurso de microcuentos organizado por la Fundación César Egido Serrano – Museo de la Palabra.
—¡Participemos! —me dijo con entusiasmo.
En ese entonces, solo había escrito dos microcuentos, pero me animé.
—No hay nada que perder —pensé.
De repente, comencé a escribir microcuentos. Cada vez que un colega se acercaba y me contaba una anécdota de su Servicio Social o alguna historia perturbadora vivida durante el trabajo hospitalario, yo la adaptaba.
Así fue como renació mi faceta de escritor, esta vez no en verso, sino en prosa.
Les comparto los microcuentos con los que inició esta nueva aventura.
¿Qué opinas de este tipo de relatos?
¿Has escrito alguno? ¡Compártelo conmigo!
La consulta
Entré en un pequeño cuarto donde apenas cabían una mesa gastada, que dejaba en evidencia la negligente improvisación de tratamiento, y una cama sin sábanas, donde yacía vencida la paciente. Su facies de infinita angustia anticipó cualquier otro tipo de saludo.
Al fondo, tras una opaca ventana de vidrio, se divisaban los ojos curiosos, llenos de lágrimas, y el rostro lánguido, cargado de preguntas, de un niño, seguramente su hijo.
Mi dictamen médico no se hizo esperar: —Mal pronóstico.
Debía ser hospitalizada.
Él no imaginaba que no la volvería a ver.
Ella sabía que era la despedida.
Fin.

Cansancio
Pedí a Dios que fuera un turno tranquilo. Hacer guardia en respiratorio infundía miedo, tristeza, incertidumbre, entre otras cosas. El COVID no distinguía entre edad, sexo ni religión.
Solía crear empatía con mis pacientes, y ese día me acerqué al más joven que habíamos ingresado. Estaba consciente, respiraba jadeante y, con un parpadeo, sus ojos aceptaron mi conversación.
—¿Y qué es lo que te gusta hacer?— pregunté.
Hizo el gesto de querer escribir.
—¡Eso! ¿Verso? ¿Prosa? —lo animé mientras, con presura, le compartía un lápiz y papel.
—Tu primer poema, ¡vamos!
Aterrado, leí:
—No aguanto más. ¡Póngame ese tubo ya!
Fin
